Project Description

Fotografía: Jesús Escudero

Diseñar un alojamiento hotelero para Granada supone un reto importante. El enorme atractivo turístico de la ciudad la convierte en unos de los destinos más visitados de España, y a esa gran demanda le acompaña una muy amplia y variada oferta de establecimientos. En este contexto, el proyecto arquitectónico para el hostel debía trabajar con dos premisas fundamentales: la calidad, para posicionarse debidamente en un sector siempre en crecimiento y con usuarios cada vez más exigentes, y la singularidad, esa rara cualidad de aquellos lugares que se convierten en especiales por su personalidad, distinguiéndose de lo común.

La calidad es a priori un objetivo más “sencillo” de alcanzar, en el sentido de que los pasos para lograrla parecen más claros. Podríamos decir que “basta” (y entiéndase que ese “basta” conlleva un considerable esfuerzo) con otorgar al establecimiento unas dotaciones, equipamientos y servicios superiores a los estándares habituales. Este objetivo abarca desde el propio diseño de los espacios para que sean muy generosos en cuanto a superficie, luz natural y confort, ya sea en las zonas comunes y lugares de reunión o en las habitaciones, hasta el cuidado puesto en cada detalle.

En cuanto a la singularidad, el proyecto ha apostado por jugar con algunos de los elementos ornamentales más característicos y representativos de la tradición local: la cerámica de Fajalauza y los faroles granadinos. Ambos, a pesar de su carácter netamente utilitario y popular, tienen una imagen muy potente y reconocible, indisolublemente ligada a la memoria de Granada, de manera que su incorporación al proyecto nos parecía oportuna, más aún al tratarse de un establecimiento que alojará turistas y viajeros que acuden a la ciudad atraídos por la belleza, los valores patrimoniales y la fuerza de “lo granaíno”. Sin embargo, el propio tipismo de ambos elementos es un arma de doble filo, ya que se corre el riesgo de caer en la banalización de estas artesanías, ya bastante afectadas por las producciones seriadas y de baja calidad para las tiendas de souvenirs, o en la repetición acrítica de determinados recursos formales pertenecientes al pasado y cuya utilización en el presente podría resultar anacrónica.

Creemos que estas artesanías, aunque subsisten en Granada, necesitan mantenerse vivas, presentes y útiles. Su supervivencia pasa por la renovación e incorporación de sus valores patrimoniales a los usos, formatos y lenguajes contemporáneos.

La cerámica usada como revestimiento decorativo en la arquitectura ha formado parte de la tradición constructiva granadina a lo largo de la historia, especialmente los diseños en mosaico cubriendo paredes y zócalos, que van desde los complejísimos y lujosos alicatados de época medieval en la Alhambra y otros edificios nazaríes hasta los ejemplos más populares de época moderna, realizados en cerámica de Fajalauza, en una herencia que perdura hasta nuestros días.

Los grandes murales de mosaicos cerámicos que recorren los paramentos del edificio recogen esa tradición y la actualizan para un nuevo observador. Su diseño juega con él, cambiando su percepción en función de la distancia: mientras que la vista lejana desvela algunos de los motivos típicos de la cerámica granadina (guirnaldas de hojas, flores, granadas y pájaros), desde cerca se desdibujan hasta convertirse en un damero abstracto de vidriados verdes, azules y blancos, colores que han caracterizado la cerámica de Fajalauza desde su origen en el siglo XVI. Estas cerámicas han sido realizadas a mano en Granada, en los hornos del artista y ceramista Miguel Ruiz Jiménez.

 

Hostel Nut
Granada, 2019.